Estaba un día los dioses observando a los seres humanos desde lo alto del monte Olimpo y observaron gran egoísmo y maldad. Por eso Atenea decidió descender a la tierra y dar un escarmiento a los de semejante calaña.
Se transformó en una anciana con media melena y pelo cano. Su rostro era lastimero y mejillas hundidas y la forma de sus cejas acentuaban la tristeza de su cara. Vestía unos tejanos, un jersey negro y unos zapatos desgastados.
Se sentó en el autobús con su carrito de la compra y se dirigió hacia un pueblecito, pronto se sentó a su lado una señora y enfrente una joven. En la siguiente parada entró una señora, no vio bien que el carrito de Atenea no le permitiese sentarse en el asiento que aún quedaba libre y empezó a despotricar contra la desconsiderada anciana. Atenea intentó remediar su fallo, quería sentarse en otro lugar y cambiar de sitio el carro, pero la señora que se sentaba a su lado no se lo permitió.
Le pareció desagradable aquella mujer, vestida toda ella de marca y de lengua envenenada, así que la transformó en cucaracha y la condenó a ser uno de los animales más desagradables que hay sobre la faz de la tierra.
Cuando hubo llegado al pueblo, acudió a pedir un plato de comida puerta por puerta y solo encontró rechazo, pero en la última puerta que tocó, le abrió un apuesto joven que vivía desde hace poco con su novia. Cuando la anciana le pidió un plato de comida, no dudó en invitarla a pasar. Ahora comeremos-le dijo y cuando hubo acabado de cocinar la chica aquellos macarrones con tomate y atún para dos, los dividió en tres platos y para que nadie quedara con hambre hizo una ensalada con jamón y queso como primer plato.
Comió la anciana Atenea y cuando terminaron le preguntaron que le gustaría tomar como postre y se le antojó una deliciosa tarta de chocolate. Como no disponían de tarta en casa, rápidamente Filemón se acercó a la pastelería de la esquina para comprar un trozo para su divina huésped.
Atenea quedó muy contenta con la hospitalidad de aquellos dos jóvenes y decidió premiarles por su bondad. Les concedió un deseo, el que más quisieran ellos y ellos desearon pasar el resto de sus vidas juntos. Concedió este deseo Atenea y además les regaló una lujosa casa en el punto más alto de aquél pueblecito, inundó luego aquella región y luego la pobló de nuevos habitantes de corazón semejante al de sus anfitriones.
Pasaron toda una larga vida juntos Filemón y Baucis, como habían deseado, y cuando les llegó la hora, Atenea siguió acordándose de ellos y los transformó en un roble y en un tilo que nacían de un mismo tronco, para que jamás se separaran uno del otro.
0 comentarios:
Publicar un comentario