jueves, 9 de enero de 2014

Versiones de mitos: can mayor y can menor



Vivieron hace un tiempo dos perros muy especiales. Uno era de raza egipcia, con morro y patas finas y alargadas, de color negro y más veloz que un rayo, el otro era un pequeño perro faldero de origen tibetano. Tenía el morro chato y un denso y largo pelaje.

Loto, el perro grande, había sido abandonado en el monte por su propietario pues no era diestro en el arte de la caza como se esperaba de él por su raza. El primer día sintió miedo, no sabía que hacía allí pero esperaba que pronto vinieran a recogerlo, al segundo día se despertó con hambre y salió en busca de alimento, pudo encontrar algunos frutos silvestres y con ellos engañó a su estómago. Al caer la noche, la tristeza se apoderó de él, no comprendía porque lo habían dejado allí y nadie regresaba a buscarlo. Poco a poco se fue acostumbrando a su nueva vida e incluso aprendió a cazar pequeñas presas para saciar su apetito.

Un buen día oyó ruidos y corrió a esconderse en la pequeña cueva donde dormía, por aquél entonces Loto ya había dejado de ser un animal doméstico. Cuando vio que el hombre se alejaba, salió de la cueva y encontró a quién se convertiría en su mejor amigo: Tango.

Tango no pesaba más de dos libras, y no levantaba más de un palmo del suelo. En cuanto vio a Loto corrió para jugar con él y Loto le correspondió.

Desde ese día Loto se encargó de cuidar del cachorro, le traía comida, lo llevaba al río a beber agua y a bañarse, le enseñaba a buscar alimento y por las noches lo reguardaba del frío en su cueva.

Pasado un tiempo, Tango paseaba alegremente por el bosque junto a su inseparable amigo Loto cuando vieron a unos niños jugar con una pelota.

Loto se escondió entre los matorrales, pero Tango corrió junto a los niños para unirse a sus juegos. Les pareció simpático el can a los niños y lo recogieron para llevarlo junto a sus padres. Estos permitieron a los niños quedarse con el perro y decidieron llevarlo a casa.

Loto vio desde su escondite que se llevaban a Loto y salió para buscarlo. La familia entró en el coche con Tango y rápidamente se alejaron del lugar. Loto corrió lo más rápido que pudo pero no logró seguir al coche.

Quedó muy triste por la perdida de su amigo, dejó de comer y no dormía pues vagaba todo el tiempo en busca de un rastro que lo llevara junto a Tango. Pasaron días, meses y años hasta que ya un anciano Loto logró dar de nuevo con su amigo del alma.

Hacía ya meses que Loto dormía en un parque cercano al domicilio en el que vivía Tango. Un domingo, la familia fue a pasear a ese mismo parque con su perro y allí lo vio. No dudó en acercarse a Tango. Tras tantísimo tiempo había logrado dar con su único amigo.

La familia los vio jugar y al ver al anciano perro vagabundo decidieron llevarlo a casa para cuidarlo. No mucho tiempo después Loto murió y Zeus lo elevó a las estrellas convirtiéndolo en la constelación del Can Mayor y cuando murió su amigo lo colocó junto al Can Mayor en el cielo formando así la constelación del Can Menor y así cada vez que una persona elevaba sus ojos al cielo podía ver a los inseparables amigos.

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